El gato, según la mitología griega, de la que se apropiaron los romanos cambiando nombres, fue una creación de
Artemisa.
La diosa, vengativa como toda esta gente del Olimpo, quería
poner en ridículo al león que había inventado su hermanito Apolo.
Según una fábula de origen musulmán divulgada en Francia, el gato
nació de los amores heterogéneos entre un mono galante y una receptiva leona.
En cambio, en otra narración, en este caso de corte
bíblico el gato fue estornudado por el león cuando Noé, angustiado
porque una pareja de ratones, además de reproducirse a toda
máquina, se comía las provisiones del Arca, rogó al Señor un remedio
urgente.
Y he aquí que, obtuvo un lindo, ágil y hambriento gatito, que
además de cazar ratones tenía unos ojazos que podían funcionar como un reloj: al ponerse el sol, sus pupilas se dilataban para
aprovechar al máximo la luz decreciente (es por eso que estos felinos
distinguen las formas en penumbras), al amanecer se estrechaban y al
mediodíase convertían en una raya.
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