En su tierra natal, montañas, ríos y volcanes llevan su nombre, pero éste es además sinónimo de traición y crueldad, y allí también, para reprochar el apego a las costumbres y modas extranjeras en menoscabo de lo propio, se habla del "malinchismo." Son la gloria y los jirones remanentes de una leyenda de otros tiempos.
Malinalli, que así se debió llamar, nació en Painala, en la región de Coatzacoalcos, actual Veracruz.
Su padre era un cacique feudatario de México, quien tras quedar viudo de la madre de Malinalli, se volvió a casar. Tuvo un hijo con su nueva esposa y, de acuerdo con ésta, decidió deshacerse de la estorbosa niña.
Al pasar por el lugar unos mercaderes de Xicalanco se la vendió como esclava, éstos, a su vez, se la pasaron a unos de Putunchan, terminando la antes noble, y ahora esclava, en manos de un señor de Chocan-Putun, actual Tabasco.
En estas tierras desembarcaron Cortés y sus hombres, el 12 de marzo de 1519. El recibimiento que les brindaron los belicosos tabasqueños no fue el más cordial. Pero después de varias escaramuzas, los naturales buscaron congraciarse con los españoles, y les ofrecieron algunos objetos de oro y veinte mujeres. Todo lo aceptan, y se somete a las mujeres a una rápida catequesis, a la que sigue el bautismo y el repartimiento.
A Portocarrero, capitán al que Cortés favorecía de manera singular, se le otorga la muchacha que más se destaca por su hermosura e inteligencia, o como dice Bernal Díaz del Castillo: la que era "de buen parecer, y entremetida y desenvuelta". Es Malinalli, a partir de ahora se llama para los españoles doña Marina, el nombre cristiano que se le impuso, aderezado con el título de Doña que a los ojos de los españoles se merecía por su alcurnia.
Ante Cortés, hombre de gran sagacidad, ha pasado casi inadvertida una de sus principales armas para la conquista. Es Jerónimo de Aguilar, que conoce el maya, quien se percata de las capacidades de doña Marina cuando la oye hablar en náhuatl con los naturales del litoral de Chalchihueacan, región también de la actual Veracruz.
Hasta ahora, la comunicación entre Cortés y los indígenas había sido posible gracias a Aguilar, pero al salir del área maya, la comunicación se hallaba en peligro de truncarse. Sin embargo, por doña Marina se pudo mantener el tan necesario vínculo lingüístico. Ahora Cortés tenía un sistema eficiente y fidelísimo: a través de sus "dos lenguas" tenía acceso al maya y al náhuatl, y los integrantes de estos mundos, al suyo, el castellano.
Doña Marina, la primera intérprete conocida del mundo, poseía una gran inteligencia, y con la ayuda de Aguilar aprendió el castellano. Cortés ya sólo la necesitaba a ella, y para garantizar su fidelidad, cuando el 26 de julio de 1519 Portocarrero partió de San Juan Ulúa rumbo a España, la convirtió en su amante.
Cortés se encamina hacia Tenochtitlán, y a su lado siempre se encuentra doña Marina. Para el pueblo, ambos se van convirtiendo en una misma persona. Se los empieza a conocer bajo el nombre del Malintzin, que tal vez venga de Marina, pues en la lengua indígena la "r" se pudo fácilmente convertir en "I", o de Malinalli más el sufijo náhualt tzin, que denota reverencia. Y de la españolización de Malintzin devino Malinche.
Aún más difícil de lo que fue, le hubiera sido a Cortés la conquista de México de no haber contado con la colaboración de la Malinche. Pues no sólo tuvo en ella una constante fuente de información acerca de la cultura de los naturales, sino que lo protegió muchas veces sin que él ni siquiera se diera cuenta. En la conquista, el juego psicológico tuvo una importancia a veces difícil de comprender. La duda que en la mentalidad indígena persistía sobre el origen de los españoles -a los que a veces consideraban enviados del dios Quetzalcóatl, y otras simples mortales-, Doña Marina contribuyó a explotarla a favor de los conquistadores.
Cuando Cortés recibe por primera vez a los emisarios de Moctezuma va todo vestido de negro, color que para él denota elegancia, pero que para los aztecas simboliza el color de los dioses. Tras la segunda conquista de Tenochtitlán, cuando ya el valiente Cuauhtemoctzin ha caído prisionero y le presentan ante él, el único signo externo que portaba de su victoria, tal vez inconscientemente, era un haz de plumas de quetzal en su sombrero, y para los aztecas el poder real emanaba de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada con plumas de quetzal.
En el plano práctico, la colaboración de Malinche salvó la vida a los españoles en Cholula, pues fue ella la que se enteró a tiempo de que se fraguaba un alzamiento en la ciudad y que los españoles iban a ser aniquilados. Una dama choluteca, que quiso hacerla esposa de su hijo, la informó para que se protegiera. Malinche simuló seguir sus consejos, pero so pretexto de buscar unas joyas, volvió a donde se encontraba Cortés y lo puso al tanto de los planes.
Hay otro episodio en el que la fama de Cortés no salió menoscabada gracias a la astucia de la Malinche. Cuando se encontraban en camino de Tenochtitlán, recibieron unos embajadores de Moctezuma. La dignidad de estos individuos era sólo aparente, pues era una estratagema para, mediante artes de magia, destruir los poderes de Cortés. Pero Malinche, al hablar con ellos, se percató por su dialecto de que sólo podían pertenecer a la clase baja azteca, e informado de esto, Cortés los despidió. Su prestigio de invulnerable, consecuentemente, fue en aumento.
Durante años la Malinche permanece junto a Cortés, primero en la conquista del Imperio azteca y luego en la exploración a las Hibueras, Honduras, hasta que en 1524 se casa con el capitán Jaramillo en el pueblo de Hiloapan, cerca de Orizaba. Hay quien afirma que la Malinche se había enamorado de Juan de Jaramillo, sin embargo, es algo difícil de documentar, lo que sí es obvio, es que ya había dejado de ser indispensable para Cortés, a quien poco antes le había dado un hijo, Martín.
Enamorada o no de su marido, los últimos años de su vida los vivió gozando de gran riqueza y prestigio junto a Juan, con quien tuvo una hija, María. Juan de Jaramillo se convirtió en regidor de la ciudad de México y después en alférez real. Se les otorgó la encomienda de Jilotepec y vivieron en una gran casa que estuvo erigida donde en la actualidad se halla el número 95 de la calle República de Cuba. También se sabe que doña Marina fue dueña de un terreno cerca de Chapultepec, y de una huerta que fue de Moctezuma. Por todos estos datos, se deduce que nunca debió de viajar a España, como tantas veces se ha afirmado, y sus días terminaron en México.
Malinalli en náhuatl significa "Princesa del sufrimiento", y para el pueblo azteca fue indudablemente un instrumento de la ruina de su civilización. Sin embargo, considerarla una traidora, no parece justo.
Hay que recordar que su propio padre la había vendido como esclava, es decir, la había lanzado a correr su suerte sin el menor escrúpulo. Así, como individuo, la debemos contemplar, porque es de esa manera como la podemos comprender, y en lugar de tener a Malinche como sinónimo de traición, tal vez sería más acertado verla como una expresión de venganza, aunque lamentablemente haya tenido que tomarla contra su propia raza.
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